Las luciérnagas pululaban a mi alrededor como serpentina de carnaval. Poca era la luz que fluía, titilante, pero suficiente como para iluminar su rostro. Allá adentro, además, exclamaban silenciosas las horas el paso del tiempo, rugiendo con un ardiente color rojo como el atardecer de verano. Como el atardecer en mis ojos, allá en el Maremágnum. El tiempo pasaba tácito entre las sábanas que no existían, pero ellas me oprimían, asfixiándome tal y como un reloj de arena asfixia los últimos minutos.
Y allí estaba su faz, pálida y tranquila, en la que se dibujaba una leve sonrisa. Temblorosas, mis manos osaron tocar el cálido mármol tupido de pelos, recorrí su mandíbula al suave son de su respiración y llegué a sus labios: hermosas montañas donde el atardecer es eterno y la belleza, única.
Había transcurrido todo demasiado rápido, los recuerdos se amontonaban en mi mente mientras titubeaba al acariciar su pelo. Demasiados sentimientos se hundían en el mar de recuerdos. Y lloré. Las lágrimas recorrieron mis mejillas y llovieron hasta el colchón, como si cayeran del cielo, como si cayeran de tus ojos.
Recorrí sin rumbo alguno su espalda, atreviéndome a penetrar en las zonas más inhóspitas y hallando los tesoros más hermosos de su cuerpo. Maldije una y otra vez la estupidez de la infancia, los miedos impuestos y, porqué no, la cobardía inocente.
Acerqué temeroso mi rostro al suyo, y respiré de su aliento como si en ello me fuera la vida, como intentando ganar todo aquel tiempo que ahora sabía que había perdido. Mi nariz rozó la suya y él, como un instinto innato, ya perdido en el desierto de los sueños, me dio un beso: Dulce, lento y cálido, como el caramelo que se deshace en la boca. Y otra lágrima se perdió en la oscuridad, una oscuridad en la que las luciérnagas morían apenadas y el rojo reloj analógico amenazaba con pasar el tiempo más rápido. Bebí de sus labios de miel y cerré los párpados con fuerza, forzándome por almacenar ese sabor, que me sabía a añejo y a tiempos mejores, en lo más profundo de mi corazón, sabiendo que con el canto de aquel endemoniado reloj acabaría aquel dulce sueño donde parecía tener dieciséis años y en el que toda preocupación no iba más allá de ver sus ojos cristalinos.
Poco a poco el Sueño se apoderaba de mi cuerpo, me cerraba los ojos y tranquilizaba mis nervios, "estás temblando" susurraba. Yo me agarré de sus cintura, intentando evitar que me llevara el sopor, pero no pude luchar contra tal dios, y mi mirada se desvaneció túrbia entre aquel pálido rostro que me hacía sentir aquello que tanto había buscado.
Y aquel reloj, eterno amanecer, rojo dolor, chilló victorioso el momento de la despedida. Entre adormecidos besos y cariñosos abrazos aquel ángel de mirada hechizadora desapareció tras las mugrientas puertas de un ascensor cruel.
No quiero pensar en el destino, que ya nos separó en algún momento del pasado, no quiero pensar en el futuro; sólo quiero cultivar el presente y ver como enrojecen sus frutos, sin prisa, esperando si el destino nos deja volver a cometer de nuevo tan dulce osadía.
[Escrito por mi gran amigo Atlas...]
Datos personales
- Ángela
- Onda, Castellón, Spain
- Nosotros cambiamos por que nuestra vida cambia,por que la vida no es mas que una vida llena de virtudes,defectos.Y todas y cada una de las piedras que hayan en el camino las superaré con fuerza,como muchos ya lo han hecho.
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